Por qué he dejado de ser vegetariana
⚠️ Aviso: contenido sobre TCA, salud mental, autoestima
Hoy quiero contarte algo muy reciente en mi vida y que únicamente mi familia más cercana conoce por el momento. He dejado de ser vegetariana, sí, una locura hoy en día hacer el cambio “hacia atrás”. Imagino que querrás saber por qué.
A los once años aproximadamente, estaba completamente obcecada con Tumblr, esa red social llena de gatitos y cosas brillantes, pero con una doble cara: una red social llena de cuerpos extremadamente delgados. Poco tiempo después, me adentré en el mundo del realfooding y los efectos que provocaban unos buenos hábitos alimenticios en todos los aspectos. Este se convirtió en mi modelo de ser y vivir.
Decidí llevar una alimentación vegetariana porque consideraba que esto me aportaría mayor vitalidad y mejoraría mi salud y, sobre todo, mi aspecto. Obviamente, en casa no aceptaron mi decisión porque ya de por sí comía poco, así que hubo bastantes discusiones. Opté por un lowcarb, otra alternativa “magnífica” para lograr mi objetivo [por favor, no lo hagáis, o no sin supervisión de un profesional]. Enfermé. Durante estos años, he sufrido recaídas y cambios constantes en la alimentación, recurriendo a numerosas dietas para sentir que tengo el control de ello.
Hace cinco años, al fin acepté ayuda. En terapia descubrí que todo TCA proviene de algo más profundo, así que hago un inciso para pedirte que, por favor, si en algún momento te ves en una encerrona por estas cuestiones, te escuches, respires y asistas a un especialista que pueda guiarte en el proceso.
Cuando creí sentirme preparada de nuevo para avanzar, volví a dejar de comer carne y pescado, ya que mi decisión inicial había sido “interrumpida”. Hasta hace casi dos meses. Llevar una dieta vegetariana suponía para mí restricción y control; algo realmente contraproducente cuando intentas salir de un TCA. Privarme de ingerir ciertos alimentos sólo me producía más ansiedad, sobre todo, cuando en eventos o fiestas veía platos apetecibles y yo me autoconvencía de que no debía probarlos. Tomar esta decisión me llevó muchas lágrimas y culpa por lo que respecta a la parte ética y medioambiental. Me aterraba la idea de visualizarme de nuevo ingiriendo alimentos animales, pero sentía que mi cuerpo lo necesitaba.
Había perdido mi menstruación de nuevo [años atrás, había estado ya 3 años sin menstruar, lo que es una locura y un gran peligroso para el cuerpo]. Me sentía muy débil (a pesar de que mis análisis no mostraban falta de ninguna vitamina). Mentalmente, la presión comenzaba a saturarme. Estaba sufriendo un desajuste hormonal tan fuerte que mi tripa estaba hinchada 24/7 y mi piel volvía a ser la de una preadolescente llena de acné. Esto me causaba mucha inseguridad, por lo que, con todo el cúmulo de cosas, tuve que renunciar a continuar con el vegetarianismo.
¿Lo que peor llevé? Mentalizarme de que no pasa absolutamente nada por ingerir alimentos animales (podía optar por reducirlos y consumir productos locales y de mayor calidad), que esto no me haría ser peor persona y que podía seguir aportando mi granito de arena al planeta con otras acciones.
¿Lo mejor de todo? Sentir la libertad de poder escoger en cada momento qué quiero comer y saber escucharme e interpretar las señales de mi cuerpo. Dejar de restringirme y disfrutar de la gastronomía de cualquier lugar del mundo sin estar obsesionada por los ingredientes que contiene.
Soy consciente de que muchas personas no comprenderán mi decisión, pero creo que las circunstancias individuales pesan más que la opinión social. Al menos, cuando se trata de salud, tanto física como mental.
Después de 15 años, sigue siendo un tema delicado para mí. La recuperación no es algo lineal ni sencillo, pero paso a paso y poco a poco.
Aprovecho también para decirte que si estás pasando por una situación compleja de este tipo, tienes mi apoyo para cualquier cosa que necesites. Aunque sólo sea hablar de ello con confianza y sabiendo que alguien sí entiende tus pensamientos.
Nombrar el daño es el primer paso para sanar.